Lo que está claro es que Mike Cahill (director de esta película y de otros filmes como Otra Tierra, El rey de California o series como The Path o The Magicians), aunque con notables influencias de otros directores, tiene una personalidad muy marcada que no puede evitar reflejar en sus películas. Tal vez tanto que sus metrajes rebosan de carga intimista y subjetiva poco comerciales a veces. Lo cual está muy bien. En este filme, que cabalga entre el Thriller emocional y la «Sci-fi» poética, Cahill nos plantea una posible “Duda metódica” al más puro estilo Descartes, solo que al parecer le lleva la contraria. Para lo que el francés sólo es una trampa para el conocimiento, para Cahill es una puerta abierta al alma, al corazón y al origen universo. Los ojos.
Evidentemente, detrás de esa poesía existencial transportada a lomos de una joven extremadamente inteligente, visionario y aficionado a retratar los ojos de las personas, era evidente que iba a nacer un peculiar romance sobre el que girase la trama y que marca el devenir de sus teorías y de su vida. La encontró gracias a sus ojos, algo improbable, como la vida misma. Muy tierno, sí, pero ha sabido tratar esa trama de forma que no se hace farragoso. Sí es cierto que pretende hacer más inteligente y profunda la puesta en escena del argumento que lo que realmente es. Aún así, la elipsis que proponen tras el desastroso lance (que omitiré mencionar para no spoilear nada importante) es muy acertada. Esa parte del metraje genera controversia, impacto y reaviva una tensión dramática que empezaba a decaer.
Debo decir que, aunque la textura, el color, el compás y los planos híper inteligentes con los que se narran las escenas son muy depurados y agradables, sí se hace cargante en ocasiones tanta lírica y ese aire pseudo profundo y espiritual que no sé si viene bien con el tema a tratar. Creo que es algo desmedido en ocasiones. Para que quede clara de una forma comparativa mi postura ante ese aspecto, pondré como ejemplo perfecto de equilibrio entre trascendentalismo y la tensión dramática, otra cinta: Una mente maravillosa. Aún así, Orígenes, constantemente mantiene al espectador en un intento de reflexión interior y de búsqueda de nuevos horizontes existenciales con los que divagar.
Así mismo, el untuoso e hipnótico baile musical con el que juega la BSO, esa utilización casi onírica de la luz y esas impostadas exigencias del guión con las que nos deleitan los actores y actrices del reparto nos transportan a esos filmes de Terrence Malick como El árbol de la Vida, Deberás amar, Viaje en el tiempo o La delgada línea roja, en los que una gran cantidad de escenas parecen sacadas de anuncios de Freixenet, de la lotería o de compresas; ¿A qué huelen las nubes?
Por otro lado, me parece totalmente acertado el casting de actores. Chicos y chicas “jóvenes” con un gran currículum a sus espaldas y que sin deslumbrar de forma apoteósica cumplen a la perfección cualquier papel para el que son requeridos. En especial, claro, Michael Pitt (al que ya mencioné en Criminal), Astrid Berges-Frisbey o Brit Marling (protagonista de la controvertida serie The OA y habitual en el reparto de Cahill como Boxers and Ballerinas u Otra Tierra).
Así pues, como conclusión final, de ese chorro de mensajes que quiere lanzarnos el director y guionista Cahill con la mezcla dramática y metafísica, extraigo uno a título personal. En los detalles, en la sutileza de los detalles mínimos es donde está la originalidad de las cosas. Y acabaré remitiendo esta reseña a la narración en off con la que se inicia el largometraje: “Cada persona que habita en esta tierra tiene un par de ojos únicos. Cada uno con su universo”.