No deja de resultarme, cuanto menos curioso, que una de las mentes más fascinantes del Siglo XX, uno de los hombres más ricos y poderosos de las últimas décadas, no consiga llenar los cines. Ya lo intentaron, con su correspondiente fracaso, Joshua Michael Stern y Ashton Kutcher en 2013 con Jobs, película con la que además Kutcher recibió una nominación a los Razzies al peor actor. Un bluff con aroma a telefilm en el que se cincela a golpe de estereotipo un retrato superficial y apenas estimulante de la vida y obra de alguien que representa todo lo opuesto a lo que intentaron hacer en aquel insulso y olvidado film.
En 2010, y gracias a dos imprescindibles del cine actual, pudo ser contada con rigor y maestría, la vida de otro de los grandes magnates de la industria informática, Mark Zuckerberg. Esos dos imprescindibles son, nada más y nada menos, que David Fincher y Aaron Sorkin, quienes hicieron de ‘La Red Social‘ algo que iba mucho más allá del complaciente biopic, algo que iba mucho más allá del retrato mesiánico. El creador de Facebook tuvo la suerte de que el responsable de El club de la lucha y Seven estuviera detrás de las cámaras y de que el responsable de The Newsroom y El ala oeste de la Casa Blanca estuviera delante del teclado.
Precisamente es Sorkin quien, apoyándose en la biografía de Walter Isaacson, ha escrito este relato Shakesperiano con el que vuelve a hablarnos de otro de esos personajes que ha cambiado el rumbo de nuestras vidas. Jobs fue alguien complejo, difícil, hermético, calificativos que suelen acompañarle en cualquier libro o búsqueda en Google. Y esa ha sido precisamente la pretensión del director de Trainspotting y Slumdog Millionaire, Danny Boyle, es decir, ponerse al servicio del guión de Sorkin, un guión dividido en tres actos que transcurre a tiempo real. El director inglés ha dejado a un lado todos los trucos, artificios y manierismos clásicos de su cine y se ha limitado a construir una obra sobria y directa con lo que, más allá de su excelente y verborreico guión, la verdadera atracción de la cinta es ver en acción a Michael Fassbender. Es una obviedad y una reiteración decir que es casi imposible que Fassbender no reciba el Oscar y otros tantos premios más. Su interpretación es un prodigio de credibilidad, de hipnotismo y de superación actoral.
Las precisas y contundentes palabras del crítico de cine Horacio Bernadés describen en muy pocas frases al genio de San Francisco: “Mesías insoportable, maquinador visceral, motivador nato y Moisés de jeans y zapatillas.” Y ese es precisamente el Jobs al que Sorkin ha intentado dar forma. No hay elipsis temporales, no hay sensacionalismos conyugales, no hay discursos motivacionales, no hay nada de eso porque eso ya lo han hecho otros, así que quien esté buscando eso se va a llevar un gran chasco. Y quizá porque la película pretende estar más cerca de documentales como Steve Jobs: The Man In The Machine que de otro tipo de biopics más hagiográficos. Quizá por eso, y con esto retomo el principio del texto, esta no va a ser la película que reviente las taquillas, de hecho, en su estreno apenas alcanzó los siete millones de dólares en Estados Unidos. O quizá se trate de una maldición y la gente sólo quiere recordar y evocar a Steve Jobs a través de su marketing, de sus gadjets, de sus iPhones, iPads, iPods, iMacs, i…