Tras la encomiable ‘El lado bueno de las cosas‘ y la fallida ‘La gran estafa americana‘, el director David O. Russell vuelve a cederle el protagonismo de su película ‘Joy’ a la que ya parece su actriz fetiche, Jennifer Lawrence.

El filme versa sobre la lucha constante de una madre contra su sino y su rol en la sociedad y en el mundo de los negocios dominado por los hombres. No se puede negar que ‘Joy’ sea bienintencionada. En un mundo donde las oportunidades y la credibilidad empresarial se encuentra del todo desequilibrado en cuestión de género, historias como esta se perfilan del todo necesarias.

El problema de ‘Joy’ radica en que su intencionalidad resulta tan evidente como superficial y reiterativa. No está exenta del ya estilo propio del director, con dinámicas escenas de diálogos rápidos y montajes vigorosos, pero le falta una mayor cohesión entre sus escenas. Algunos de sus secundarios van y vuelven sin apenas explicación alguna. Lo apuesta todo por la magnética interpretación de Lawrence, sin duda, el mayor valor de la película.

No solo destaca la actriz. David O. Russell siempre sabe rodearse y dirigir a sus actores, arrancando de ellos estupendas interpretaciones, como es el caso de De Niro o Isabella Rossellini.

Tampoco brillan en exceso sus diálogos, donde a medida que avanza el filme, se muestran cada vez más forzados, carentes de la chispa propia del director.

‘Joy’ tiene ritmo, pero termina por resultar demasiado irregular. Y entre tanto arranque y pausa termina por producir amodorramiento. Su frenético y rabioso comienzo se diluye en una historia que, salvo ciertos momentos, produce bastante indiferencia, con un final autocomplaciente y maniqueo en exceso. Al menos la selección musical sigue siendo estimulante, eso tampoco se le puede negar.