El siguiente artículo contiene spoilers de la nueva temporada.
‘Orange is the new black’ se presenta como una tragi-comedia femenina carcelaria con cierta carga erótica. O lo que es lo mismo, el cebo perfecto para un buen número de espectadores ávidos por contemplar desnudos y escenas lésbicas. Sin ir más lejos, la serie en su primera temporada abre con una secuencia bajo la ducha que venía a confirmar las sospechas. Todo lo contrario, a los pocos segundos despertamos en ese infierno en la tierra que es vivir en una prisión, privada de cualquier derecho necesario para disfrutar de la vida en condiciones de normalidad. ‘Orange is the new black’ no es un estereotipo. Una vez que la presa muerde el anzuelo ya es tarde para desprenderse de la empatía y comprensión que desprende su protagonista Piper Chapman y el amplísimo catálogo de secundarias que, no solo pueblan, sino protagonizan la historia de la prisión de Litchfield de Nueva York.
Por tercer año consecutivo, Jenji Kohan lo ha vuelto a conseguir. Junto a su cómplice Netflix, esa cadena que con series del calibre de ‘Daredevil‘ y ‘House of cards’ se ha ganado su lugar en la ficción televisiva, Kohan devuelve a sus fans esos personajes maravillosamente escritos, cuidados, definidos y apasionantes. Un argumento absorbente que protagonizan mujeres de verdad, fuertes, débiles, crueles, compasivas, culpables e inocentes.
Después de una segunda temporada cargada de intensidad gracias a la inclusión de Vee, uno de los personajes más despreciables que se recuerdan, y que dio pie a una tensión necesaria entre las reclusas, Kohan decide de manera afortunada explorar otros recovecos y nuevos temas. Todo ello sin olvidar el ambiente propicio para la violencia y el odio que constituye una institución penitenciaria, pero sin focalizar en él el centro de la historia.
Esta elección de Kohan impide que esta nueva temporada iguale aquel tour de force que supuso la recta final del año pasado. No obstante sí que sigue un esquema más semejante al del primer año.
Chapman, relegada en esta temporada a un papel de equivalente importancia que el resto, sufre una ya anticipada transformación de su personalidad, con exaltación y potenciación de una crueldad y frialdad que no habría tenido lugar de vivir en un entorno distinto. Lo que no deja de ser un símbolo del fracaso que supone el aislamiento de los delincuentes en un espacio que puede dar lugar a la deshumanización y consiguiente rechazo a las normas de una sociedad que ya la ha etiquetado y dado la espalda. No queda otra opción que ganarse su lugar y aprobación en esta nueva subcultura como si de una nueva versión del Walter White de ‘Breaking Bad’ se tratara.
‘Orange is the new black’ vuelve a sus temas sobre la soledad, la intolerancia, el racismo y la discriminación, pero centra su atención en otras tantas nuevas ideas. En primer lugar vemos cómo la depresión se adueña de un buen número de internas, debido a su aislamiento y carencia de contacto con sus seres queridos, ejemplarizado de forma maravillosa cuando una madre es separada de su hijo. El sentimiento depresivo sobrevuela durante toda la temporada, afectando a distintos personajes. Poussey busca consuelo refugiándose en una especie de seudo secta para huir de ella. Soso, víctima de la mente retrógrada de Healy, a pesar de pedir a gritos una mayor integración y espacio para la expresión, no ve otra forma de escapatoria que el suicidio.
La fe es uno de los temas que hunde sus raíces a lo largo de los 14 capítulos. Esta es presentada tanto como vía expiatoria de los pecados, el remordimiento y la culpa, como refugio contra la soledad, la depresión y el origen de nuevos vínculos. No está exenta de crítica, pues nace como superstición y en cuanto las radicales y fundamentalistas toman el control se llega a extremos de adorar tostadas de pan.
El tercer gran pilar sobre el que se sustenta la presente temporada gira en torno a la maternidad. Dada su situación, las presas se hallan impedidas de criar a sus hijos. Vemos así cómo Daya se enfrenta al dilema de quedarse con su hijo o darlo en adopción para poder darle la oportunidad de vivir en un entorno más favorable.
La expresión artística adquiere gran protagonismo en esta temporada. Las presas intentan evadirse de una realidad difícil de afrontar a través de las artes escénicas. Ello da pie a una de las líneas argumentales más interesantes y divertidas, protagonizada por Suzanne «Ojos locos».
Uno de sus personajes más interesantes sigue siendo el consejero de la prisión, Sam Healy, bien interpretado por Michael Harney. Un falso y retrógrado funcionario de prisiones quien, a pesar de su supuesta buena intención, es a su vez preso de su propia intolerancia, misoginia, racismo y homofobia. Healy representa a la perfección la subyugación a la que son sometidas las protagonistas, no solo como internas en un centro penitenciario, sino como mujeres y su rol en la sociedad. Su terquedad y egocentrismo impide además que las presas puedan superar y adaptarse a esta nueva situación, no digamos ya alcanzar la resocialización, al impedir a su nueva compañera de trabajo realizar con mayor acierto y profesionalidad su oficio.
Pero lo que hace de Healy un personaje más interesante que el resto de los hombres que pueblan el reparto es su juego de luces y sombras que permite por momentos vislumbrar un atisbo de esperanza, de humanidad. Es por ello por lo que su nueva relación con Red se postula como necesaria e interesante. Pero, a excepción del joven guarda John Bennett, ningún hombre de ‘Orange is the new black’ se libra de su visión de las mujeres como objetos, como meros instrumentos para la consecución de sus objetivos o la satisfacción de sus apetencias. Ni siquiera el bienintencionado Joe Caputo.
Mayor polarización al respecto presenta el nuevo guardia, «Donuts» Coates. Un personaje presentado como inocente, el típico «buen chico» que encuentra en su nuevo estatus la ocasión para resolver sus complejos más ocultos a través del abuso de poder y superioridad.
Mientras otras presas no encuentran remedio a su soledad, otras hallan consuelo en nuevas amistades. Es aquí donde se forja otra nueva e interesante relación entre Pennsatucky y Boo.
El entramado empresarial y las prioridades del sector privado relegan el bienestar de las reclusas a un segundo plano en pro de la rentabilidad de la prisión. Vemos cómo el cambio de manos en la gestión de la prisión afecta a las internas, mientras Caputo lucha por garantizar los servicios de la institución, tanto durante su internamiento como en su proceso de reinserción. Por su parte, Chapman maneja un nuevo negocio con mano autoritaria, bajo el mismo patrón con el que la nueva empresa maneja las necesidades de las presas como meros activos y pasivos.
La tercera temporada de ‘Orange is the new black’ no está exenta de fallos. Como es habitual en las historias corales, no todos sus protagonistas gozan del mismo nivel de profundidad. Si esto se asume no pasa nada. El problema viene cuando se pretende solventar esta situación sin el tiempo necesario para ello. Se suceden así flashbacks que, al estilo de ‘Perdidos’, explora el pasado de ciertos secundarios con menos acierto. Historias introspectivas como las de Norma o «Flaca» terminan por intentar resumir tanto que pecan de tópicas y esquemáticas.
Hacia el final, ‘Orange is the new black’ vuelve sobre sus pasos y retoma la idea de la libertad como básica para el desarrollo y la felicidad de sus protagonistas. Tan solo la ilusión de libertad flotando en las aguas del lago es suficiente para sanar muchas de las heridas que impiden, por ejemplo, a Suzanne mantener una relación sentimental o a Soso ser aceptada en su nueva «sociedad».
Como ya hizo en su primer año, la serie deja muchas historias a medio, con el destino de algunos de sus personajes en juego. Seguimos queriendo saber más de Chapman y su nuevo negocio de bragas, de si Alex habrá escapado de su fatal destino, de si Suzanne y Poussey encontrarás finalmente el amor que tanto necesitan. Es por ello por lo que la espera de un año entero se nos hará eterno a los fans de la excelente ficción de Jenji Kohan.