CRÍTICA: Jurassic World (2015)

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4 estrellas

Jurassic Park existe para recordarnos lo pequeños que somos”. Diez minutos después de la aparición en pantalla de la familiar caligrafía de la saga, Irrfan Khan (‘La Vida de Pi‘), al mando de ese casi icónico medio de transporte que es en el mundo de Parque Jurásico el helicóptero, parece mirar a cámara y sonreír(nos) cómplicemente tras finalizar la primera de sus no pocas intervenciones. Y qué razón tiene. Cuesta no devolverle el guiño desde el otro lado de la pantalla a quien también, como tantos y tantos otros, guarda en sus recuerdos las sensaciones que 22 años atrás tuviera al sentarse por primera vez en la sala de cine para ver “esa película de dinosaurios de Spielberg” llamada “Parque Jurásico”. Cuesta no asentir y comprender que sí, traspasar las (re)conocidas puertas de madera que conducen al parque temático de Isla Nublar posee un efecto casi rejuvenecedor, un teletransporte más efectivo que el de cualquier máquina del tiempo. Cuesta, y me quedaré corta, contemplar la atemporalidad y el presente de lo que ya parecía meramente icónico, bajo la atenta mirada del adulto reconvertido por unas horas en niño. Y sin embargo, ahí está: ficción reconvertida en ficticia realidad.

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Es fácil detectar el pilar de soporte sobre el que se sustentan los cimientos de esta nueva secuela de la histórica película de Spielberg: nostalgia. Desde su preproducción, el equipo sabía que podía jugar con ello a su antojo y, en vista a ello, crean en Jurassic World una milimetrada y controlada película que responde a todos los cánones (hollywoodienses) de lo que el público se puede esperar en un reboot blockbuster. ¿Criticable? Puede que por algunos. ¿Lícito? Totalmente. Lo realmente curioso y plausible es que, bajo esa capa de férrea supervisión, la película sigue siendo capaz de provocar auténticas emociones. Bajo un tanto abusivo uso del CGI, la cinta termina recordándonos genuinamente y con voz propia por qué nos enganchamos a las aventuras del Dr. Alan Grant y compañía, recapturando el emocionante espíritu de la original en un alabable equilibrio entre el homenaje y la mera copia. La fórmula puede parecer desgastada, pero nos guste o no, sigue funcionando.

Buena culpa de ello tiene Chris Pratt (‘Guardianes de la galaxia‘). El que desde hace un par de años parece llamado a ser la estrella definitiva y el nuevo Harrison Ford en materia blockbuster se comporta en esta cinta, irónicamente, como un auténtico Indiana Jones y, chaleco en mano, escopeta al hombro, se convierte en uno de esos grandes porqués a la hora de explicar a alguien las razones para ver Jurassic World. El ya rebautizado encantador de dinosaurios es el pro dentro de un conjunto de personajes con ciertos contras. Pese a que esta vez, y sorprendentemente tratándose de una película de Parque Jurásico, los niños no resultan insoportables, el diseño de personalidades de ambos resulta totalmente erróneo, y roles importantes como el de Bryce Dallas Howard (que no Jessica Chastain, aprendamos a distinguir de una vez por todas) terminan siendo completamente estereotipados. La falta de profundidad y casi personalidad de algunos contrasta, sin embargo y para alegría de muchos, con el abundante carisma de Lowery Cruthers, interpretado por Jake Johnson (‘New Girl’), genio y principal culpable de que logremos no echar en exceso de menos a Jeff Goldblum.

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Ustedes, aunque no lo crean, conocen el argumento. Isla Nublar es ahora el espectacular y futurista parque temático de dinosaurios “domesticados” con el que John Hammond siempre soñó. Un accidente (en este caso, la manipulación genética y creación de una nueva especie) provoca el inicio del auténtico caos en una Isla, más allá de dinosaurios, no exenta de complots entre empleados y dramas familiares. La idea puede ser calificada como repetitiva e incluso simple, pero su puesta en práctica difiere de todo aquello que hayamos podido contemplar en las distintas secuelas de la saga. Acción. Acción. Acción. Acción a raudales, de todas las formas, tamaños, y ocasiones que prefieran. Tensión pura, de esa que te agarrota a los brazos de la butaca y que te hace mirar a tu acompañante y casi murmurar: “madre mía, ¿pero cómo van a salir de esa?”. Un basta de cháchara, vamos al grano que durante hora y media de huidas, disparos y estrategias camufla una cuestión ciertamente interesante (¿puede la presa ser capaz de domar a su captor, llegado el momento? ¿Puede el humano controlar a la bestia? ¿Necesita realmente controlarla?) bajo el ya eterno debate del sí/no al reboot.

“Cada cierto número de años tenemos que inaugurar una nueva atracción para que no decaiga el interés del espectador y recuperar la inversión”. Quizás hoy no hace falta leer entre líneas lo que Bryce Dallas Howard dice en la cinta entre persecución y persecución. No sé dentro de 67 millones de años, pero 22 años después los dinosaurios siguen siendo capaces de entretenernos tras una pantalla y mantenernos pegados al asiento. La atemporalidad de lo icónico no implica que los tiempos no cambien. Hemos necesitado un dinosaurio más grande, más rápido y más potente para, en definitiva, una película más grande, más rápida y más potente. No es la original, pero esa, dirija un casi debutante como Colin Trevorrow o el mismísimo Spielberg, no volverá. Es un blockbuster, una superproducción, un entretenimiento que no esconde su principal propósito que es divertir al espectador bajo un guión que sólo sirve como sustento del protagonista número 1 que es la acción, pero no oculta sus intenciones ni se vende como otra cosa que no es. Es un reboot, sí, pero en este caso, se gana el derecho de continuar.

Lydia Martínez

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