En la vida hay cosas difíciles, y una de ellas es darse cuenta de que siempre hay dos opciones (que no aciertos): el conformismo o el riesgo. Crecemos y realizamos nuestras elecciones siempre bajo la infantil ilusión de ser funambulistas, deambulantes ante la fina línea del abismo y lo desconocido, deseosos de llegar a lo confortable y firme, y a sumirnos en esa aura de seguridad que posee lo ya vivido. ¿Pero acaso no hay un cierto atractivo en ese abismo? ¿En dejarse tentar por la sensación de lo vertiginoso para salir reforzado? ¿No es más oscura la espiral de mediocridad que la de lo, simplemente por cuestiones de tiempo o miedo, aún no conocido? La industria cinematográfica vive sumida en una época de repeticiones e inexistentes cambios, ¿pero esa es toda la realidad? ¿A eso ha quedado relegada la fábrica de sueños que es el séptimo arte?
- Sí.
- No.
Conteste. ¿Ya lo ha hecho? Aquí tiene la solución: si su respuesta ha sido a), desesperado cinéfilo anhelante de esa magia que caracterizara al cine en otra época, y que hoy en día parece no existir más allá de remakes, re-remakes, re-re-remakes, secuelas, precuelas y demás derivados acabados en –cuelas, le recomiendo que cierre el ordenador, vaya a su cine más cercano y compre una entrada para ver ‘Birdman’ (el paso previo de comprar palomitas y refresco es opcional). Si, por el contrario, su respuesta ha sido b), ejemplo humano de que la esperanza es lo último que se pierde, le recomiendo que coja su cartera y todos sus restos de confianza en la industria cinematográfica y compre en su cine más cercano una entrada para ver ‘Birdman’ (el paso de las palomitas sigue siendo opcional).
Porque ‘Birdman’ es una solución ambivalente, válida para todo tipo de espectador. Uno de esos puñetazos en la mesa que la actualidad fílmica necesita. La última carcajada de Iñarritu, aquel a quien tanto se le criticara, demostrando que quien ríe último ríe mejor (y magistralmente bien). Lo previo al silencio de todos aquellos que acusan al cine actual (en su generalización y sin excepciones) de caer en el conformismo, el aplauso fácil y el hacer por cobrar. El ave fénix de un director necesitado de ello, un actor, Michael Keaton, de vuelta en el lugar donde le corresponde estar y de las propias posibilidades ilimitadas de un género inclasificable capaz de inventarse a sí mismo, y de reinventarnos a nosotros la propia realidad.
La historia de un actor célebre por haber interpretado a un superhéroe, tratando de darle un nuevo rumbo a su vida profesional preparándose para el estreno de una obra teatral en Broadway sólo es el mero planteamiento de un filme que, en su interior, está compuesto de muchos otros filmes. Como un jeroglífico del que estamos deseosos de saber su resultado, Iñárritu descubre pausada pero continuamente cada una de las piezas que componen ‘Birdman’ en una simbiosis de la realidad del espectador con la de la película, y de la propia realidad de los actores (¿es que acaso Michael Keaton no fue famoso también por interpretar a Batman y tratar de darle un giro a su carrera?) con la realidad fílmica, bajo el halo, contrariamente, del engaño y unas apariencias meramente fingidas. La realidad se transforma en meros juegos de ficción, los planos secuencia dejan paso a los cortes y paulatinamente ‘Birdman’ comienza a descubrir sus cartas, marcadas por la ilógica y el sinsentido y, resultando, final y sorprendentemente, magistral por ello.
Brillante salvajada, el surrealismo de su retrato de la actualidad y el culto a la fama, enmarcados tras una declaración de amor al teatro, es tan destacable y sorprendente a tantos niveles que hasta sus escasos bajones resultan necesarios para hacernos partícipes de la dimensión real de lo que estamos viendo. Su rabia y fiereza aunadas en un dramatismo cómico extrañamente dulce, divertido y triste a partes iguales la convierten en un fenómeno fascinante, un tour de forcé digno de visionar en más de una ocasión para captar toda su esencia.
Y por encima de la comedia negra y de lo excelente del guión, el que ya es el comeback del año. Keaton pisa fuerte la escena para regalarnos una de las mejores interpretaciones de su carrera bajo la piel de un personaje que no hace suyo, porque directamente parece ser él. Vuela alto. Como un Edward Norton rabioso, impecable, obscenamente milimetrado, cuidadoso en los detalles. Sube. Como Emma Stone, desorbitada, chispa de locura y cordura en una interpretación intensa. Se eleva. Como Naomi Watts sorprendentemente bien en uno de sus escasos papeles cómicos, arrastrada por el torbellino interpretativo de sus compañeros, y de unas nominaciones y opciones a premios que no paran de crecer (contando sus 7 nominaciones a los Globos de Oro).
Y Birdman sigue volando (muy muy alto). En su frenetismo, en su optimismo, en su salvajismo e incluso fanfarroneo. Y atrás queda ya el abismo. Atrás queda ya la seguridad de lo conocido. Birdman vuela más alto, más allá. Porque Iñarritu lo llama “la inesperada virtud de la ignorancia”, pero nosotros, y ustedes, sujetos de a) y sujetos de b), al salir del cine lo llamaran “el parecer saber hacer magistralmente las cosas”.
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