La gran oportunidad que brindan los festivales de cine para descubrir pequeñas joyas de cinematografías periféricas que jamás van a difundirse comercialmente necesita, a la fuerza, ser respaldada por una toma de decisiones consecuente a la hora de elaborar el horario. Lo visto en la Sección Oficial del Festival de Gijón hasta la fecha ha deparado escasas alegrías y aún menos riesgos en su programación, por lo que se presenta más necesario aún bucear en lo que puedan ofrecer otras con menor eco.
Si en la anterior crónica destacamos las virtudes de I’m Beso, crónica de las anticlimáticas vicisitudes de un adolescente en la derruida Georgia, Blind Dates es una nueva, y de superior alcance, muestra de una cinematografía ignota que parece encontrarse en estado de gracia. Aquí la peculiar belleza de los grises escenarios, urbanos en esta ocasión, sirve como tablero en el que un cuarentón que vive con sus padres desarrolla unas desventuras amorosas ante las que el director Levan Koguashvili muestra una cálida comprensión no reñida con la distancia. Si el inmovilismo de su protagonista busca dinamitar las entrañas del laberinto sin salida entre la imposibilidad de una vida en plenitud e independencia y el desastre al que parecen abocados todos sus intentos de guiar su vida hacia lo que reclama la sociedad para él, la película se decanta por un entrañable remedo de su humano patetismo del que sale por la puerta grande. La extraña y sugerente mirada hacia las miserias de este pagafantas georgiano es, desde ya, uno de los hallazgos del festival.
En otro territorio marcado por la presencia de las cicatrices de conflictos bélicos se sitúa la serbia Barbarians, retrato del movimiento ultra a través de la historia de un joven proserbio hincha de un equipo de tercera división durante los días en los que culminó el proceso de independencia de Kosovo. La relación entre la rabia sociopolítica y el fútbol está tratada con la profundidad justa para que la película logre cuajar como una curiosidad de cómoda transición por un breve camino sembrado de vacíos tópicos, pero también de detalles bien resueltos para los que nos sentimos atraídos por el fenómeno.
Siguiendo con el fútbol y terminando la crónica del día en la Sección Oficial, El 5 de Talleres despedaza la épica deportiva para ofrecer el relato, humano y enternecedor, de los últimos días como profesional del capitán de un equipo argentino de categorías inferiores. El uruguayo Adrián Biniez parece querer recoger el guante de la tradición literaria sudamericana encabezada por autores como el Negro Fontanarrosa, ofreciendo un cercano cuadro en el que los resultados marcan el tiempo de la película pero no su esencia, más deudora de un palpable y cómico humanismo a la hora de retratar a un personaje marcado por la incertidumbre. Dicho con otras palabras, por fin tenemos una favorita a concurso.