Título original: ‘The Zero Theorem’. Año: 2013. Duración: 107 min. País: Reino Unido. Director: Terry Gilliam. Guión: Pat Rushin. Fotografía: George Fenton. Música: Nicola Pecorini. Reparto: Christoph Waltz, Matt Damon, Tilda Swinton, Mélanie Thierry, David Thewlis, Ben Whishaw, Peter Stormare, Sanjeev Bhaskar. Productora: The Zanuck Company / Zanuck Independent / Mediapro Studios / Voltage Pictures. Género: Ciencia ficción. Estreno (España): 28/11/2014.
Por definición de la RAE, cine es, en su segunda acepción, “técnica, arte e industria de la cinematografía”. Como tal, como arte, es subjetivo. Una realidad que provoca en cada uno de nosotros distintas sensaciones, distintas emociones. Positivas, negativas, pero siempre a cuenta de provocar algo, pues no hay nada peor que abandonar una exposición de pintura, una sala de cine, la localidad de un teatro, y darte cuenta de que ante la expresión en escena de un arte no has sentido nada. Por todo esto, antes de que sigan leyendo, aún a riesgo de sonar incoherente respecto a todo lo dicho posteriormente, hay algo que me gustaría afirmar: Vean “The Zero Theorem”. Vean una película que refleja perfectamente esa acepción de arte y no deja espacio a las medias tintas. Saldrán de la sala maravillados ante un espectáculo casi sin precedentes. O lo harán indignados y hastiados por haber perdido 2 horas de su vida en semejante experimento. Sea de una u otra forma, lo harán sabiendo en su interior que han visto arte, en su expresión más dual y pura.
Me inclino por la segunda opción de una cinta donde su estética supera a su fondo, y su narrativa queda tragada por un extravagante diseño. Como él, Quohen Leth (Christoph Waltz), excéntrico genio informático que vive en un hiperpublicitario mundo corporativo controlado por un misterioso ente, Dirección (Matt Damon). Tras el encuentro con este, Quohen comienza a trabajar en la solución de un extraño teorema que podría descubrir la verdad sobre el alma y el significado de la existencia, mientras espera una llamada de teléfono que nunca llega, recluido en las sombras de una capilla en ruinas que ahora conforma su hogar.
Ambición escondida bajo falta de solidez, nos volvemos a sumir en el característico inconstante ritmo de un Terry Gilliam megalómano, sesudo, lineal, encerrado en una idea inacabada y en sí mismo una vez más, como lleva haciendo desde el siglo pasado. Capaz de hazañas cinematográficas como ‘Doce Monos’ o ‘El Rey Pescador’, apena ver a Gilliam aislado en fórmulas ya anticuadas, viviendo de unas rentas que ya quedan lejanas. Su concepción irónica del significado de la vida es graciosa, original, innovadora, pero su ejecución resulta poco cercana e incluso confusa, enmarcada en el guión de Pat Rushin.
El elenco supone una de las mayores bazas de esta partida que es ‘The Zero Theorem’. Las posibilidades de obtener escalera de color al contar en la producción con actores del nombre de Christoph Waltz, Matt Damon o Tilda Swinton se desvanecen por completo cuando la película se pone en marcha. Cuesta tomarse en serio a un Damon casi desaparecido o una Swinton que decepciona tras grandes papeles recientes como ‘Sólo los amantes sobreviven‘ o ‘Snowpiercer‘. Waltz es el alma de la producción, magnético en ocasiones incluso, pero el histrionismo de su personaje y sus múltiples facetas a veces le juegan malas pasadas y cae en el filo del abismo de la sobreactuación.
Gilliam intenta una locura, de planteamiento interesante. Como siempre. Gilliam se queda a medio camino y no vislumbra el nivel de sus grandes obras de décadas pasadas. Tristemente en la actualidad, como siempre. Tramas amorosas diluídas en tramas existencialistas-informáticas. Coherencia en una sobresaturación de colores postmodernistas y estética irritante. Gilliam nos da dualidad y división, depende de nuestras sensaciones (y no de nosotros), elegir si lo que hemos visto es despropósito o acierto.