CRÍTICA: Nunca es demasiado tarde (2013)

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4 estrellas

Título original: ‘Still life’. Año: 2013. Duración: 88 min. País: Reino Unido. Director: Uberto Pasolini. Guión: Uberto Pasolini. Fotografía: Stefano Falivene. Música: Rachel Portman. Reparto: Eddie Marsan, Joanne Froggatt, Karen Drury, Andrew Buchan. Productora: Redwave Films. Género: Comedia/Drama. Estreno (Italia): 12/12/2013. Estreno (España): 21/11/2014.

A la gran mayoría de nosotros nos gustaría vivir nuestra vida con la gente que queremos ya sea la propia familia o conocidos que con el tiempo se convierten en amigos o pareja, pero por diferentes circunstancias como la muerte de los seres queridos, actos cometidos en el pasado o un carácter extremadamente cerrado e introvertido puede darse el caso de que la gente entre en un proceso de invisibilización y muera en absoluta soledad. Justamente el oficio que tiene John May, protagonista de ‘Nunca es demasiado tarde’, es buscar a familiares o conocidos de personas que fallecen solas para comunicarles su muerte e invitarles al funeral. En los pocos casos que consigue entablar contacto con gente estos se desentienden y no muestra ningún interés. En el caso de no encontrar a nadie, el propio May se encarga de preparar y asistir a los funerales.

A partir de ese peculiar trabajo, el director y guionista Uberto Pasolini hace una reflexión a cerca de la vida, la muerte y la soledad y su encaje con la personalidad de John, un individuo que destaca por ser solitario y minucioso, muy cómodo trabajando para los muertos durante 22 años, hasta que la Consejería donde trabaja decide eliminar el departamento de John y prescindir de sus servicios y dejarle cubrir un último caso antes de ser despedido, el de Billy Stoke, un hombre que había vivido enfrente de su casa durante muchos años sin saberlo. La memoria cumple un papel fundamental en la historia en dos aspectos muy definidos: las fotografías y los recuerdos de las personas que conocían al fallecido. Las fotografías pese a tratarse de imágenes fijas, son parte de un momento determinado de una persona, John se encarga de coleccionar en un álbum todas esas instantáneas de difuntos como único modo de mantener esas personas presentes. Después se encuentran los recuerdos, fundamentales  para conocer la vida pasada de las personas y en el filme en concreto de la de Billy Stoke. El encuentro de John May con antiguos conocidos de Billy como su ex-novia, sus amigos de juventud o de cuando mendigaba y su hija que apenas conoció permiten construir, gracias a diferentes anécdotas y reminiscencias de cada uno de ellos, su historia. Son esos acercamientos los que consiguen cambiar el carácter tan cerrado y retraído de John al aportar un aura de vitalidad que no existía y que consigue un personaje tan breve pero importante en el tramo final como el de Kelly, la hija de Billy.

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Pasolini sabe como plasmar todo en pantalla acorde con la historia que quiere contar y lo evidencia con su puesta en escena llena de detalles. La soledad se muestra de diferentes maneras ya desde el mismo plano inicial con una iglesia con un ataúd y dos únicos presentes, el cura y John, con claro énfasis en la contraposición de un grupo de gente presente en el cementerio con la soledad de John como único asistente del entierro de uno de sus casos. Una ausencia que también se hace visible en las casas de los fallecidos, llena de objetos que sirven para describir a todas esas personas y que el protagonista utiliza para escribir emotivos discursos en los funerales. Las calles semidesiertas de viandantes o de coches pasando por las que pasea y los escasos diálogos que hay especialmente en el inicio son una muestra del aislamiento e incomunicación que rodean al filme. La vida rutinaria que lleva el personaje y su posterior cambio se traducen en una tipología de planos fijos que se mantienen durante todo el metraje y que encaja con la narración pausada con una fotografía melancólica, algunos de esos planos se repiten y logran crear un gran simbolismo, sobre todo en un desenlace que choca con el transcurso de la historia, que resulta dramático y bello por igual.

En el papel de John May se encuentra Eddie Marsan, un actor que ha trabajado en un sinfín de producciones británicas y americanas, ya sean películas o series de televisión, siempre desde un rol secundario. ‘Nunca es demasiado tarde’ supone su primer gran papel como protagonista, un personaje que destaca por ser excesivamente detallista en todo lo que hace y por su alto grado de humanidad por todos aquellas personas fallecidas y que él ha sido el único en tener en cuenta, pero que también tiene una evolución en el momento que se implica en su último caso y se abre un poco más con todas las personas con las que trata. Marsan encaja perfectamente en el papel y le aporta mucho realismo y emotividad a la película. Un actor que más allá de acompañarle secundarios como Joanne Frogratt, en un rol destacado para el propio protagonista en el tramo final, se encuentra la música compuesta por Rachel Portman con una partitura muy sencilla, pero también muy sentida y emotiva.

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En una escena de la película, tras saber que será despedido, el jefe de John aparece en su despacho para hace una reflexión sobre su empleo. Comenta que los muertos, están muertos y los funerales son para los vivos, si no se sabe que han muerto no hay tristeza ni lágrimas. Unas palabras para las que John no tiene respuesta, ya que nunca se lo había planteado de esa manera. Una secuencia muy significativa que demuestra la falta de benevolencia y consideración a los que ya no están. Alejada de este discurso sin ninguna sensibilidad,



‘Nunca es demasiado tarde’ destaca por su emotividad y el magnífico retrato que hace de la soledad. Una película muy recomendable.

Sergio Montesinos 

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