CRÍTICA: Todos están muertos (2014)

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3 estrellas

Año: 2014. País: España. Director: Beatriz Sanchís. Guión: Beatriz SanchísFotografía: Álvaro GutiérrezMúsica: Juan Manuel del Saso, Juan Pastor, Aaron Rux. Reparto: Elena Anaya, Macarena García, Angélica Aragón, Nahuel Pérez Biscayart, Patrick Criado, Christian BernalProductora: Avalon P.C. Género: Drama / Fantástico. Fecha de estreno: 30/05/2014

Bienvenidos a la eterna máquina del tiempo de la industria cinematográfica.  La que desde hace 119 años nos sumerge en dramas de épocas pasadas, ciencia ficción futurista o presentes utópicos. Historias lejanas y cercanas, de alegría, tristeza, soledad, incertidumbre o valentía. Una atemporalidad con un sentimiento en común: la nostalgia. Por lo que ya vivimos y por lo que nunca viviremos. El cine como la medicina a esa enfermedad que nos invade en inesperadas oleadas y para la que nunca estamos preparados, ni lo estaremos. Hoy vuelve a sucedernos. Volvemos a tiempos desconocidos. Tiempos ya vividos. Los ’80. La movida madrileña. Los recovecos de la historia del rock. Mitomanía. Fantasmas. Al presente ya pasado, y a un pasado demasiado presente. Al sin rumbo imperfecto, a ‘Todos están muertos’.

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Porque su título es ese, pero bien podría ser ‘Una pequeña gran proeza’. Un debut arriesgado, utópico, excéntrico en su tono y estrafalario en sus formas, y con todo ello único. Una ópera prima firmada por Beatríz Sanchís que nos aleja del exceso de miedos y tópicos al que nuestro cine nos tiene acostumbrados para jugar con el surrealismo y la ironía de la vida, con los miedos y esperanzas de cada uno de los personajes que conforman la historia. La historia de Lupe (Elena Anaya), presa de su éxito como estrella del rock en los ’80, y presa en la actualidad de una brutal agorafobia y dependencia de su madre. La historia de Pancho (Christian Bernal), ausente del cariño de su madre y de nociones sobre cómo enfrentarse a la vida, al amor y a sí mismo. La de Paquita (Angélica Aragón) y la del coraje de una madre que, cansada de ver en lo que se ha convertido su hija, decide en la Noche de los Muertos hablar con su hijo ya fallecido, Diego. La de Diego (Nahuel Pérez), ausente, muerto, fantasma, vivo en recuerdos y en la invocación de Paquita. Historias. De conflictos familiares, amores imposibles, búsqueda de la identidad, responsabilidades, redenciones y de la tragicomedia que es la vida.

Tributo a una época dorada y envuelta en la trágica mitomanía del rock (Kurt Cobain inspirando al personaje de un contenido Patrick Criado o Groenlandia, nombre del grupo de la película, basado en el hit de los Zombies) ‘Todos están muertos’ es compleja en sus numerosos giros de trama y única en su uso de la indefinición. Acostumbrados a criticar a una película por su intento de abarcar demasiadas temáticas o contentar a demasiados sectores potenciales de espectadores, la producción reinventa el uso de múltiples tramas sin rumbo solido pero con dirección y guión unitaria, y una sorprendente coherencia. Todo tiene cabida en la locura de sentimientos de ‘Todos están muertos’, sin que el caos se apodere del metraje y de la historia que nos cuenta.

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¿Cómo lo consigue la directora? ¿Cómo reinventar lo que parece categórico? Con atrevimiento. Arrojo. Locura. De manera tranquila, sin grandes pretensiones pero con controvertidas historias. Diseñando unos personajes únicos, empáticos, fuera de convencionalismos pero tan cotidianos como cualquiera de nosotros. Con actores a su altura, despojados de su personalidad y envueltos en la piel de quien parecen haber estado interpretando toda su vida. Como una brillante Elena Anaya, como su brillante Lupe. Tras ‘La Piel que Habito’, vuelve para dar una lección magistral de interpretación, una sensibilidad y una fuerza al alcance de pocas que bien le ha merecido la biznaga a mejor actriz principal en el Festival de Málaga. El tupé y las vestimentas de los ’80 de Diego cobran vida bajo Nahuel Pérez, bajo su creíble carisma y su contrarréplica a la altura de Elena Anaya. Angélica Aragón y su coraje, fundida en una con el de su Paquita. De alguna forma todos ellos nos van sumergiendo en los hilos de una historia donde finalmente el peso recae en Christian Bernal y en su irregular y débil Pancho.

Qué sería de los ’80 sin su música. Sin esa luz y fuerza electro-pop ochentera que le proporciona a la película Akrobats, compositores de la banda sonora. Qué sería de esta, de ‘Todos están muertos’, sin sus detalles. Sin la mirada perdida de Lupe, escondida tras la ventana. Sin su miedo al encontrarse con la muerte en vida, con su hermano, con su alma gemela, con Diego. Sin las rancheras melancólicas de Paquita. Sin la risa de Nadia (Macarena García). Sin la dulzura de Pancho y su voz en off diciendo que la gente sueña con ser estrella del rock porque no conoce a su madre. Sin ese mechón teñido como signo de búsqueda del cariño de una madre que no encuentra. Qué sería de la vida sin los pequeños detalles, sin los insignificantes gestos, alegrías y penas. Qué sería del cine español sin pequeñas (grandes) locuras como ‘Todos están muertos’.

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