Título original: M. País: Alemania. Año: 1931. Duración: 111 min. Dirección: Fritz Lang. Guión: Thea von Harbou, Fritz Lang. Música: Edvard Grieg. Fotografía: Fritz Arno Wagner (B&W). Reparto: Peter Lorre, Otto Wernicke, Gustav Gründgens, Theo Lingen, Theodor Loos, Georg John, Ellen Widman, Inge Landgut. Género: Thriller / Intriga. Productora: Nero Film. Fecha de estreno (Alemania): 11/05/1931. Fecha de estreno (España): 24/11/1931.
“Pronto vendrá el vampiro y te hará con su cuchillo picadillo”, cantan inocentemente unos niños que juegan en la calle. A pocos metros de allí, un hombre que silba un fragmento del ‘Peer Gynt’ de Edvard Grieg se acerca a una niña solitaria. Le dice algo, le compra un globo y le echa el brazo por encima del hombro mientras se alejan y desaparecen de la oscura escena. Cada vez que volvamos a oír ese silbido sentiremos como un escalofrío recorre nuestra espina dorsal.
Así da comienzo ‘M, el vampiro de Düsseldorf’, una de las mejores películas del austriaco Fritz Lang y por ende de la historia del cine. En ella, su primer film sonoro, Lang nos narra la pormenorizada búsqueda de un cruel asesino de niños (inspirado en el caso real de Peter Kürten) que tiene en jaque a la policía y atemorizados a los más de 4 millones de habitantes de la ciudad de Düsseldorf. Una investigación a la antigua usanza, sin la tecnología a la que nos tienen acostumbrados las películas modernas o el CSI, realizada a base de vigilancias, registros, redadas y detenciones masivas de todo aquel que pudiera parecer sospechoso. Pronto harán mella en la sociedad la frustración, la desesperación y la impotencia provocada por la no detención del asesino y un incómodo estado de férrea vigilancias y sospechas por parte de la policía de la que pocos quedarán libres. Esto provocará que cierta parte de la sociedad criminal, la mafia, lleve a cabo sus propias pesquisas para encontrar al asesino y hacer que cese así la intensa investigación policial que perjudica gravemente sus propios negocios e intereses.
Lo que más llama la atención de ‘M’ es su fecha de estreno. Parece increíble que en 1931 se pudiera hacer una película de esta magnitud, un thriller de un asesino en serie que pone patas arriba a una ciudad y que nos presenta una serie de dilemas morales que aún hoy siguen en vigencia. Destaca la vuelta de tuerca de que sean los propios criminales quienes busquen a un criminal todavía mayor, de otro rango, de otra especialización, un monstruo capaz de hacer cosas que hasta a ellos mismos les horrorizan. Una evidente ironía que deja a relucir una crítica contra el estado y la eficacia de sus procedimientos. O yendo aún más allá, de la colaboración de las organizaciones criminales en asuntos de estado. La paranoia colectiva hace acto de aparición cuando el asesino envía una carta publicada en prensa en la que habla de sus crímenes así como su intención de continuar matando. La noticia se convierte entonces en un hecho notorio al que debe poner solución la propia comunidad.
‘M’ no posee un protagonista claro, más allá del asesino, aquí no encontramos la figura de un detective sagaz, o un determinado agente de policía que resuelva heroicamente el caso. La sensación que Lang transmite es la de que todos los miembros de la sociedad participan de esta búsqueda como un ente con el mismo objetivo. Indefensos por el absoluto desconocimiento de la identidad del monstruo, la sociedad se une, busca consuelo en el grupo, para dar tratar de darle caza. Hacia el final sale también el espinoso tema de la justicia, ¿qué es la justicia?, ¿acaso significa lo mismo para todos?, ¿acaso existe la justicia como tal?, y de ser así, ¿sirve para algo? Preguntas sin fácil respuesta que acuden a la mente tras el visionado de ‘M’. Y es que el asesino de ‘M’ se nos presenta como un ser que ya vive condenado, un enfermo incapaz de reprimir sus deleznables apetencias, incapaz de controlar a su monstruo interior.
Como no podría ser de otra forma tratándose de Fritz Lang, la película posee una atmósfera densa y oscura, expresionista, en la que los claroscuros de su magnífica fotografía en blanco y negro, las sinuosas formas o los planos picados y contrapicados juegan un papel esencial. Oscuras calles angostas, húmedas, apenas iluminadas por un farol en las que te invade una aplastante sensación de inquietud. Se hace palpable durante todo el metraje un marcado pesimismo que flota en el ambiente poseyendo a todos los personajes de la película. No hay que olvidar que los años posteriores a la Primera Guerra mundial son años de crisis en Alemania, una profunda crisis económica, intelectual e incluso sentimental del pueblo perdedor y señalado como culpable de la contienda.
La música juega un papel crucial, tanto remarcando los momentos de mayor tensión como poniéndonos en alerta cuando suenan los célebres silbidos del asesino antes reseñados. El actor de origen judío Peter Lorre logra una interpretación para el recuerdo dotando de angustia e impotencia a su enfermizo asesino, destacando su desasosegante monólogo final. Una notable caracterización del mal que puede anidar en el hombre que le valió la fama internacional y que, tras abandonar Alemania tras el ascenso de los Nazis al poder, le abrió las puertas de Hollywood.
‘M, el vampiro de Düsseldorf’ es una obra maestra anticipada a su tiempo, una película que te llena los ojos pero también la cabeza, que expone problemas universales que aún hoy preocupan a la sociedad y que invita a debatir sobre las dos caras de la justicia.
Vosotros no podéis comprender lo que es llevar dos voces en el interior gritándome constantemente: “no lo hagas”, “mata”, “no lo hagas”, “mata”… Yo quiero evitarlo pero no puedo, ¡no puedo! – El asesino.
Alfonso Gutiérrez Caro (@Al_Runciter)