CRÍTICA: Pi, fe en el caos (1998)

Pi, fe en el caos cartel

Título original: ‘Pi’. Año: 1998. Duración: 84 min. País: Estados Unidos. Director: Darren Aronofsky. Guión: Darren Aronofsky. Fotografía: Matthew Libatique. Música: Clint Mansell. Reparto: Sean Gullette, Mark Margolis, Ben Shenkman, Pamela Hart, Stephen Pearlman, Samia Shoaib, Ajay Naidu. Productora: Harvest Film Works Truth & Soul / Planttain Films.Género: Thriller psicológico. Fecha de estreno (EEUU): 10/07/1998. Fecha de estreno (España): 3/12/1999.

Al director Darren Aronofsky parece entusiasmarle los personajes atormentados o perturbados. A lo largo de su (aún) corta filmografía, la mayoría de sus protagonistas sufren algún tipo de trastorno. En ‘Pi, fe en el caos’, su opera prima que dirigió con un presupuesto ínfimo de 60.000 $, dejó claro el interés por el cine experimental como el que han realizado o realizan directores como Chris Marker, David Cronenberg o David Lynch.

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El protagonista de ‘Pi, fe en el caos’, es Max Cohen, un brillante y solitario matemático que cree que las matemáticas son el lenguaje de la naturaleza y que está obsesionado en conseguir decodificar el modelo numérico de la bolsa con la ayuda del número Pi. Max vive en un pequeño apartamento y su única compañía es su gigantesco ordenador, aparte sufre dolorosas jaquecas y se tiene que medicar constantemente. Por si no tuviera suficientes problemas, una firma de Wall Street y una secta judía están al acecho de sus investigaciones.

En su debut ya se pueden ver varios de sus leitmotivs que ha ido narrando en algunas de las siguientes películas que ha dirigido: obsesión, locura y surrealismo. El personaje está tan obsesionado con conseguir descifrar los números de la bolsa de Wall Street que llega a obsesionarse por todo lo que le rodea, incluidas cifras que a priori no parecen tener nada en común con su inminente descubrimiento y a que sus cefaleas sean cada vez más fuertes y dañinas. Esa obsesión se transforma en locura, la necesidad de saber ese caos numérico, convierten su vida en una demencia a base de cifras que no paran de rondarle por la mente y que le hacen tener visiones de personas, destellos de luz e incluso de su propio cerebro.

Aronofsky supo plasmar perfectamente toda la paranoia del protagonista gracias sobre todo por una atmósfera angustiosa y opresiva, que puede reconocerse con autores como Kafka o David Lynch (la película tiene ciertas similitudes estéticas con ‘Cabeza borradora’, una de las primeras películas de Lynch). La fotografía en blanco y negro a cargo de Matthew Libatique (un habitual en todas las películas del director), consigue darle al filme el ambiente inquietante de la historia, algo que en color no se hubiera logrado.

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Aparte de una fotografía bien lograda, la forma en cómo está rodada también merece ser destacada. Para entender la paranoia de Max, en algunas escenas la cámara está muy cercana del personaje, con el objetivo de transmitir al espectador la angustia del protagonista. Este efecto se consigue con una Snorricam, se trata de una cámara atada al cuerpo y que enfoca directamente a la cara del actor, la cámara se mueve junto al actor. Esta cámara Aronofsky también la usó en algunas de las escenas más famosas de Réquiem por un sueño. Aparte de la utilización de la Snorricam, la película está llena de planos subjetivos que amplifican el trastorno del personaje.

Como suele ser habitual en algunas primeras obras de algunos directores, en ‘Pi, fe en el caos’ se nota una total libertad creativa y no solo técnicamente, como se ha comentado, sino también en su argumento. Aronofsky que también se encarga del guión, escribió una historia interesante donde las cifras son una parte fundamental de la trama y el principal quebradero de cabeza del protagonista. Esta película, que puede considerarse como cine experimental, no está destinada al espectador medio, sino a todos aquellos amantes del cine ‘mind-blowing’, películas hechas para hacer reflexionar y hacer pensar a quien las ve. No es un filme sencillo de entender en su totalidad (tampoco lo pretende), pero sí que muestra la gran imaginación que acabaría demostrando Aronofsky en sus posteriores filmes.

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La película no tiene un numeroso reparto ya que está protagonizado únicamente por Max, interpretado por Sean Gullette, que supo transmitir perfectamente todo el trastorno que sufre su personaje. Como secundarios se encuentran actores como Mark Margolis (presente en la filmografía del director), que aquí interpreta el antiguo profesor de Max y que también quiso descifrar años atrás lo mismo que el protagonista, y Ben Shenkman, uno de los componentes de la secta judía que van detrás de la investigación de Max.

Otra de los componentes esenciales de la película es la banda sonora de Clint Mansell, de un ritmo frenético que se acopla muy bien en el filme.

‘Pi, fe en el caos’ se convirtió casi instantáneamente en una película de culto y supuso un más que digno debut para un cineasta que demostraría en sus siguientes películas que es uno de los directores más interesantes de la actualidad.

Sergio Montesinos (@Sergiomc90)

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